viernes, 6 de noviembre de 2015

El Desafío de los 30 días. Día 5.

Pregunta 5: En la pregunta 2 comentamos que Highdell es un pueblo situado cerca de montañas, rodeado de bosques, no muy lejos del mar y con un camino que lo atraviesa. Eso es, más o menos, como todos los pueblos de fantasía medieval que conoces.. hasta que alguien que viene pregunta en otros pueblos cercanos. “¿Highdell?, si. Sigue este camino y lo encontrarás, a unos tres días, tras pasar por…”. ¿Que localización geográfica se encuentra cerca de Highdell y que le hace reconocible?

Abandonar la cámara secreta ha sido todo un alivio. ¿Qué mierda de porcentaje de humedad debe haber ahí dentro? Si poco antes de salir me dice Lassar Layam, "eh, Stone, ¿tú has visto ese bicho de la esquina?", y yo, que odio los roedores, "¿qué bicho, una rata?", y él, "no, compañero: una trucha. Mira como salta la cabrona". Si tardamos una hora más en salir de allí nos salen branquias, coño.
Lo cierto es que no tenemos ni idea de la hora que puede ser. Ni si es de día o de noche, ya puestos. Lo que sí sabemos es que en las catacumbas de Hobbiterror no hay nadie correteando como alimaña hambrienta buscando comerse nuestros culos, y eso, eh, eso es un avance que te cagas con respecto a nuestra situación previa.
Así que ahora toca regresar a superficie y respirar un poco. 
A la derecha el túnel desciende levemente hasta el precipicio desde donde contemplamos aquella hogareña y entrañable reunión de hobbits cultistas. Es allí donde debe encontrarse (suponemos que en un estado lamentable) el cuerpo de nuestro compañero Mëss O’Nero, y mentiría si no reconozco que dudamos durante unos dos o tres segundos acerca de la conveniencia de ir a buscarlo para darle tierra y despedirlo, como procede, o dejarlo allí. Pero cuando empezábamos a dudar, alguien impuso la cordura diciendo, "eh, nosotros podemos ser unos cabrones, pero no unos putos cabrones. Pensadlo bien, ¿qué hubiera hecho nuestro buen amigo Mëss O’Nero de encontrarse en nuestro lugar? ¿Creéis de verdad que nos hubiera abandonado allí…?”. Y como resulta que sí, que ese bastardo hijo de cien padres nos hubiera dejado allí, pues tomamos el camino de la izquierda y abandonamos sus restos a su suerte. Algún mero se los comería, supongo.
Después de todo, sí podemos llegar a ser unos putos cabrones de tanto en tanto.

–¡Ay!
–La culpa es tuya –dice el Señor Rikkaos hacia Lassar Layam, quien camina a sus espaldas dándose una leche tras otra en la azotea–. Si midieras como una persona normal, no te pasaría eso.
–Soy una persona normal, coño. Tú eres el enano.
–Eh, desde mi punto de vista sois todos unos jodidos palos estirados a los que la sangre apenas sí llega con la suficiente presión al cerebro.
–Avisa por lo menos cuando la cosa se achata.
–No lo va a hacer –digo yo mientras esquivo la depresión del techo aprovechando que mi colega asesino psicópata va llevándose las hostias justo delante–. Tiene toda la mala leche de la tierra concentrada ahí, en ese cuerpecito de enano cabrón que tiene.
–Señores, señores –murmura detrás el Archimago Bifurkehn–. Calma y tranquilidad. Y silencio. Detecto ya una suave brisa desde...
–Es un pedo del enano –dice Lassar Layam–. No sé si es peor darme de leches contra el techo o comérmelos todos, joder, que será pequeño y comerá ambrosía, pero lo que sale de ahí abajo es Mordor.
–Sí que es verdad… –susurra el Señor Kaos.
–¿Lo de los pedos? Nos ha jodido que si es verdad.
–No –dice, agachándose–. Lo de la brisa.

Y oye, que sí. Apenas unos veinte o treinta metros más adelante comenzamos a vislumbrar una tenue luz a noche, a estrellas sin luna que, a unos ojos casi muertos por las horas vividas bajo tierra nos pareció un resplandor tan vivo como el mejor de los amaneceres. Algo más adelante logramos salir a superficie. Concretamente, accediendo al interior de uno de los panteones hobbits del lugar.
Al principio no nos dimos cuenta, pero aquel panteón era más grande de lo debido. Quiero decir, que un hobbit es un hobbit hasta para el asunto de la muerte y los enterramientos, ¿no? Si son medio metros de tipos, o sea, si hasta sus catacumbas son tan cortas como la esperanza de vida de un Elfo haciendo lo del truco o trato delante de la puerta principal de Barad-dûr… ¿Para qué demonios iban a construir un panteón de talla humana? Pues bien, aquel lugar lo era. De talla humana, digo. Y pensado para más de un inquilino.
Tumbas.
Muertos. 
Casi instintivamente desvío un ojo hacia Lassar Layam, quien ha hecho lo propio. Agitamos las manos derechas, las lanzamos hacia delante:

–Piedra –dice.
–Tijera –digo yo. Y añado:– Mierda.

Así que nada, descuelgo mi mochila, desato las cintas que sujetan mi palanca y me pongo a trabajar sobre la primera de las tumbas. Sí, vale, que deberíamos romper las rejas de metal que nos separan de la noche y la libertad… pero oye, somos saqueadores. Llámalo perversión: yo lo llamo dedicación al oficio.
Forcejeo, empujo, limpio el sudor frío, escucho las chanzas del Señor Kaos quien formula sus habituales chascarrillos, metáforas y comparaciones entre mi fuerza y la de una mariquita de campo… lo habitual. Al cabo de un rato, que es lo que importa, consigo deslizar la principal de las lápidas de piedra despejando el camino hacia, hacia, hacia...


(Dortó, dortó, que tengo un dolorcillo así, 
como punzante, a la altura del pecho que…)



–Mira tú por dónde –dice el Señor Kaos.
–Joder –murmuro–. Por si esta aldea no fuera ya el puto circo de los horrores, ahora aparece éste por aquí. ¿Este tipo no es el anciano amable de larga blanca y ropas multicolores que nos indicó cómo encontrar Highdell…?
–El mismo –dice Bifurkehn acercándose–. El anciano de la Torre de Marfil. La Arcana Torre de la Hechicería, el antaño colosal y ahora abandonado templo de sabiduría que fuera arrasado, abandonado y destruido años atrás cuando...
–El abuelete de las ruinas, sí –tercia Lassar Layam, haciéndose hueco alrededor del fiambre–. El que nos soltó lo de "¿Highdell?, sí, hombre, sí. Seguid ese camino de ahí y lo encontraréis a unos dos días y algo, tras pasar por…En fin, por ahí. ¿Queréis un poquito de mandanga? La tengo de calidad, de la güeni-güeni"Coño con el abuelete, sí que se ha dado prisa en venir.
–En venir –apunto–, y en rejuvenecer, en ponerse delante de estos psicóticos del tamaño de hurones y en acabar con una tranca atravesada en el puto centro.
–Sip.
–¿Y qué hace aquí? 
–¿Qué te parece a ti, Stone? –pregunta a su vez el Archimago–. ¿Crees que está de picnic, o qué? 
–Quiero decir, si hace cuatro días el tipo era un abuelete, y desde sus ruinas (colosales y arcanas y todo lo que quieras, pero ruinas a fin de cuentas) nos dijo todo simpatías la dirección exacta de la aldea, el cómo llegar, nos regaló aquel saco de maría de la cuaderna del Sur y hasta nos dejó comer algo de su estofado de conejo… 
–Que sí, que lo he pillado –murmura Bifurkehn–. Mira, no tengo ni idea. No sé por qué estaba allí, entre aquellas ruinas invadidas por la maleza y la podredumbre, un lugar deshabitado largo tiempo atrás; y no sé por qué ahora está aquí.
–Y con esas pintas, además –dice el Señor Kaos–. Y no me refiero a sus evidentes problemas de ortodoncia, no. O sea… ¿habéis visto esa capa negra con el interior de terciopelo rojo…?

Y de nuevo cruzo una mirada con Lassar Layam. Y de nuevo lanzamos manos. Y de nuevo dice "¡piedra!", y yo "¡tijera!”.
Cagontó, pienso.

Ya me ha guindado la capa. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

El Desafío de los 30 días. Día 4.

Pregunta 4: Hoy es día para acordarse de esos dioses menores, esos pequeños poderes, tan extraños como desconocidos, cuyas aspiraciones son tan ignotas como son sus avatares. Elige o inventa a uno de esos dioses y descríbelo.

Estamos ya un poco hasta los huevos de congelarnos en esta mierda de cámara secreta. La humedad del lugar es, en fin, de no creerlo. ¿Habéis oído eso que dicen siempre por las poblaciones costeras, eso de que por más que te tapes sigues teniendo frío? Sí, también dicen que los de la meseta somos unos blandos y que si el arroz debe cocinarse en paella, y algunas cosas más, pero en fin, centrémonos en la jodida humedad ésta que está penetrando en nuestros interiores como un gusano en una manzana.
En un costado de la pequeña sala se encuentra el Archimago Bifurkehn limpiando con un trapito el pequeño objeto brillante que se ocultaba aquí de las codicias ajenas. Susurra cosas, está como sudando. Estos magos, cómo son. A su lado, con aire divertido, está Lassar Layam limpiando a su vez sus uñas con una daga arrojadiza. Cuando ve que Bifurkehn se despista, aprovecha para ponerle cuernos con los dedos y para hacer todo tipo de chorradas hilarantes. En lo que a mí respecta, he dedicado una buena media hora a inspeccionar a fondo la cámara encontrando alguna baratija de interés. En concreto, una espada corta de muy buena factura con algo escrito en la hoja y un par de sacos pequeños con monedas de oro; la espada va sin papeles, que siempre viene bien, y el oro… en fin, que declararlo no vamos a declararlo.
Mientras, el Señor Rikkaos está pegado a la puerta secreta; su oído, digo, escuchando el acojonante arrastrarse de los hobbits que siguen buscándonos por el otro lado. Hemos oído gritos de dolor, de esos gritos que penetran dentro de ti aún más que la puta humedad, de los que anidan y no se van, de los que te dejan pensando y causan dolor en el alm...

–Ahí va otro grito –dice el Señor Rikkaos, Señor Kaos para los amigos–. Os digo yo que alguien está practicando el jodido medievo sobre el culo del Mëss O’ Nero.
–Bueno, mejor él que yo –dice Lassar Layam, replegando con reptiliana rapidez la mano que tenía ubicada tras la cabeza del mago–. Si se hubiera quedado junto a los caballos, otro gallo cantaría.
–No, si a mí como si le estén castrando a bocados –prosigue el Señor Kaos–. Sólo hacía mención del hecho, para que conste.
–¿Qué más escuchas? –pregunto yo. 
–Buff. Los hobbits estos no dejan de dar vueltas. parece que no se vayan a ir jamás a sus agujeros a dormir la mona. Creo que nos quedaremos por aquí un tiempito más.
–¿Y el enterrador?
–Ah, de ése ni idea –dice el enano–. Pero supongo que es quien está ejerciendo de cicerone de usos y costumbres locales sobre el cuerpo de Mëss O’ Nero. Desde luego, lo de Kalimá ya no lo canta nadie.
–Kalimá –repito–. ¿Quién cojones es Kalimá?
–El Mago sabrá.
–Eh, Bifurkehn –digo–, deja de susurrarle al jodido anillo y responde. ¿Quién es Kalimá?

El Archimago alza la mirada. Ojeroso, cansado, febril, parece surgir de una especie de atontamiento. Cabecea un par de veces y alarga el anillo hacia Lassar, cuidándose de mantenerlo envuelto por el paño de color púrpura que ha utilizado para limpiarlo. Siempre me he preguntado por qué los magos llevan consigo paños de terciopelo de color púrpura, joder, ¿no venden nada más hortera en el economato de la Academia de Magia, o qué?

–Kalimá… –susurra.
–No empieces tú también como el hobbit enterrador o te vuelvo la cabeza del revés –dice el Señor Kaos desde la puerta.
–Kalimá –dice al fin, asintiendo–. Kalimá es una especie de entidad menor, un poder surgido del inmenso caos primordial que se generó tras mil convulsio...
–¿Entidad…? 

Bifurkehn clava la mirada en mi rostro.

–Entidad menor –dice tras contener el aire durante un par de segundos–. Un dios, cáspita, un dios menor.
–Pues para ser menor, concede a sus acólitos unos rayacos que te cagas.
–El poder de una entidad menor como Kalimá es… incuantificable para hormigas como tú.
–Eso será.
–Pero Kalimá –prosigue Bifurkehn, con un nuevo brillo en los ojos–, ah, Kalimá es un dios de las cosas pequeñas como pocos. Ama a los insectos, a los que horadan, a los que pican e introducen sus larvas en el interior de sus víctimas. Ama a los que licúan inyectando sus propios jugos gástricos bajo la piel de aquellos a quienes devoran. Protege a la pequeña muerte, venga como venga, llegue desde donde llegue. Kalimá, el Devorador. Kalimá, el gran insecto. Kalimá, la Larva que Teje sus...
–O sea, que es un puto escarabajo –dice el Señor Kaos.
–No –dice el Mago, alzándose de hombros–. Es una ladilla.
–Tócate los huevos.
–Precisamente.

Aquí, el prenda. Kalimá. El que pica.
Literalmente, vaya.


–¿Y una ladilla, de quién? –pregunto, más por hacer algo que otra cosa.
–Una ladilla del… –el Archimago traga saliva. Desvía la mirada hacia el anillo, ahora inspeccionado con notable interés por nuestro asesino psicópata preferido–. Una ladilla del Enemigo.
–¿Qué enemigo? –dice el Señor Kaos–. Yo tengo muchos enemigos.
–El Enemigo. Aquel Cuyo Nombre No Debe Ser Pronunciado Aquí.
–Se refiere a Sauron –digo hacia el Señor Kaos.
–Ah, ¿Sauron, Sauron? O sea, ¿el tipo del ojo?
–Ése.

El Señor Kaos se aparta de la puerta, con aire aburrido. Contempla a unos y otros. Se mesa la barba.

–¿Cuántos llegamos a Highdell ayer? –pregunta hacia el Mago.
–¿Cuántos? –Bifurkehn frunce el ceño–. Pues… Tú, Lassar, Stone, Mëss O’ Nero y yo. Cinco.
–Pues por el culo te la hinco –dice el enano–. A ti, y al jodido Sauron. Saurón, Saurón, tócame el cojón. Que sepáis todos que los sectarios me ponen de los nervios, así que vamos a pirarnos de aquí, que ya me duele la ciática de la puta humedad.

Y luego, casi al descuido, lanza una palmada a la cabeza de Lassar Layam, quien en ese preciso instante andaba mordisqueando el anillo con los incisivos.

–Eh –protesta el asesino–. Estaba comprobando la calidad.
–¿Y…?

Y Lassar Layam sonríe con esa boca de lobo que tiene.


–Parece bueno. 

martes, 3 de noviembre de 2015

El Desafío de los 30 días. Día 3.

Pregunta 3: Ayer describiste un local/edificio situado en el pueblo de Highdell. Un local que considerarse importante por alguna razón, bien para el pueblo, bien para los aventureros que se pasan por el mismo con el objetivo de conseguir algo. Sin embargo, ese local/edificio adicional que hace que sea notable. Y es que de vez en cuando se pasea, va o le pertenece a un personaje por todos conocido. O no. ¿Quién es dicho personaje?

–¡Ay…!
–Chisst –masculla el Archimago Bifurkehn, no sin agacharse, por si las moscas.
–Chisst los cojones –dice Lassar Layam, dolorido–. La hostia que me he dado contra el techo, copón. Cuatro llevo ya.
–Esto son unas catacumbas hobbits –sigue Bifurkehn–. ¿Qué esperabas?
–He visto una mina enana, y los techos están donde deben estar, joder, a sus buenos tres o cuatro metros de distancia.
–Un hobbit no es un enano –dice el Señor enano Rikkaos con aire aburrido–. Otra vez. Me estáis dando un día...

Las catacumbas bajo el cementerio de Highdell son retorcidas, cambiantes. Húmedas, como toca. Estrechas, como procede. Pero mucho más largas y elaboradas de lo que habíamos esperado. Llevamos horas vaciando sala tras sala, abriendo cofres vacíos, rompiendo ánforas huecas. Y nada. Nada de nada. Alguna espada diminuta de mala calidad, una cota de mallas mal hecha y devorada por el óxido, un carcaj agujereado. ¿Y esto es lo que hemos venido a buscar? 
Los últimos minutos, en cambio, deambulamos entre túneles naturales y pasillos artificiales con todo el cuidado posible, dejándonos llevar por el Señor Rikkaos aristados por una oscuridad casi total. ¿Que por qué nos dejamos dirigir por un enano que, en esencia, es un pedazo cabrón de aúpa? Por dos cosas: una, porque puede ver en la oscuridad. Dos, bien, es que el Señor Kaos no sólo es el más bajito del grupo, sino que también es el más cabezón y va siempre delante. Siempre. Así es como hacemos por aquí las cosas, todo táctica y estrategia: él va delante nos pongamos como nos pongamos, ¿para qué discutir?
Decía que en los últimos minutos habíamos dejado de abrir cámaras y tumbas para deambular como idiotas. ¿Y por qué? Pues, en esencia, porque somos unos jodidos idiotas. O sea, ¿cómo coño puedes perderte en unas catacumbas hobbits? ¿En serio? El puto ridículo que vamos a hacer cuando regresemos a la city. Vale que estos enanos coñones viven bajo tierra y están habituados a escapar túneles, pero jod...

–Chissssst.
–Si no he dicho nada –murmuro ofendido.
–Piensa en voz baja –dice Bifurkehn–. Atentos, hay una luz ahí delante.
–Ya la he visto yo primero, so berzas –dice el Señor Rikkaos–. Y también hay un ruido. Escuchad.

Y oye, que es cierto. Como un cántico, una balada grave, seria. Profunda como el entorno.

–No suena a hobbits –murmura Lassar Layam.
–Nop. Pero tampoco pensábamos que unos jodidos enanos podían construir la puta Tumba de los Horrores, y mira.
–No son enanos –dice el Señor Kaos, deteniéndose.
–Sí, disculpa. Es que… oye, tira para alante, no es momento para discu...
–Ahí.
–¿Ahí…?

Ahí, sí. Ahí hay como una especie de precipicio, un abrupto final del pasillo que estamos pisando y que es a la vez accidente y trampa. Nos acercamos al borde agachados, casi a rastras, buscando el resplandor que parece venir desde abajo mecido por los cánticos. Y lo que vemos, nos estremece.
Bajo la oquedad hay hobbits. Un huevo de hobbits, vaya. Se balancean todos de lado a lado, con cierto orden organizado que da bastante repelús. Muchos de ellos llevan antorchas; algún pebetero se ve aquí y allá clavado contra las paredes de roca natural, pero en conjunto la luz, más que iluminar, lo que hace es aliarse con el asunto que sea que se están llevando entre manos para, más que otra cosa, acojonar a tope. Sobre unos escalones se eleva lo que parece un altar, y tras él vemos a un hobbit que nos resulta familiar.
 
–¿Ese de ahí no es el clérigo? –murmuro.
–El clérigo –asiente Bifurkehn–. Y también el enterrador. 
–¿El tipo amable, apocado y simpático que nos dijo dónde encontrar el cementerio?
–El mismo.

Esto es un hobbit multiclase clérigo/enterrador.
Y lo demás son tontás.


–Pues ahora no parece tan amable –dice Lassar Layam, relamiéndose extrañamente–. Por el cuchillo ese del tamaño de Mordor que lleva en la mano derecha, digo. Y por la pintura de la cara. Y los cuernos. Y la sangre. Y por eso que dice… ¿qué es?
–Kalimá –murmura el Archimago–. Kalimá...
–¿Y quién cojones es Kalimá? 
–A mí –dice el Señor Kaos–, lo que me perturba de verdad es la cantidad de hobbits que hay ahí abajo. O sea, que hay más peña en ese agujero que en las calles de Rivendell el día del orgullo gay. Como nos descubran estamos bien jod...
–Chisssst.
–Coño, calla ya con el puto chissst. A ver si vas a ser el único que puede hablar.
–Chisssst.

Abajo, el enterrador alza el cuchillo gritando eso de Kalimá a todo meter; es entonces cuando caigo en la cuenta de que encima del altar hay un tendido un tipo desnudo. ¿Que cómo puede ser que se me haya pasado un tipo en pelotas sobre un altar…? Bueno, los misterios del rol son inescrutables. Tampoco vi a la Vieja Troll ni a su Hacha Descomunal a Dos Putas Manos que atravesaba la niebla, así que...
Lo malo es que al del altar lo conocemos.

–¿Ese de ahí no es Mëss O’ Nero? –digo.
–El mismo –responde Lassar Layam, sin perder ojo del asunto.
–¿Y qué coño hace ahí? ¿No tenía que estar con los caballos?
–Pregúntaselo a él.
–No creo que me vaya a responder. No tiene cara de estar pasándoselo bien.
–Eh –dice el señor Kaos, súbitamente interesado–. ¿Han trincado al Mëss O’Nero?
–Sip.
–Cojonuuuuuudoooo...
–Mira que puedes llegar a ser cabr...

Y a mitad de frase quedo. 
A mitad, porque sin querer le doy a una roca que debía estar suelta, y digo “ups”, y a la roca le da por deslizarse, y se desliza hasta caer por el precipicio, y cae y cae hasta aterrizar no sin estruendo sobre la azotea de uno de los hobbits, que dice algo como “Oouch” y ya no dice nada más. Y los hobbits dejan de mecerse al compás de la letanía del enterrador. Y el enterrador alza la mirada y la clava en nosotros. Y se produce un silencio incómodo.
Un silencio que rompe el puto Mëss O’ Nero, quien al ver cómo se pone en pie Lassar Layam, susurra:

–Esos… esos de ahí vienen conmigo.

Si será cabrón. 
En medio segundo nos ponemos todos en pie. Tarde, al parecer, porque al jodido hobbit enterrador le da tiempo a alzar las manos y gritar algo en un idioma extraño que provoca una especie de remolino de luz que acaba impactando sobre el pecho de Lassar Layam, lanzándolo hacia atrás unos cuatro metros hasta aterrizar contra uno de los muros de roca. Luego, el enterrador grita ¡Cogedlos! Y los hobbits, como una marea de alimañas, comienzan a trepar por la pared de piedra como si les fuera la jodida vida en ello.

–¡Corred! –grita nuestro archimago.
–¿Y el Mëss O’ Nero? –pregunto yo.
–A ver, ¿en serio quieres que te responda a eso…?
–Mmm… Nop. La verdad, no.

Y corremos. Aunque corremos poco, porque cuando pasamos junto a nuestro asesino psicópata preferido y tratamos de alzarlo, Lassar Layam dice algo como “un momento”, y se pone a palpar la pared de roca, buscando. Buscando. Buscando.
Hasta que da con un resorte y el muro se mueve. 
Y nos precipitamos dentro sin pensar.
Y cerramos después. 
Y nos miramos, con cara de lelos. 
Sobre la pared contraria de la sala oscura y diminuta que hemos descubierto merced al azar de la caída de Lassar Layam hay una pequeña hornacina de barro que despide una curiosa luz, y en su centro, vemos un objeto que brilla. El Archimago Bifurkehn se acerca mientras escuchamos a los hobbits corriendo como lemmings desde el otro lado del muro falso. Bifurkehn se detiene. Alarga el brazo, toma el pequeño objeto, se vuelve y nos lo muestra, el rostro ahora demudado en una máscara de absoluta hilaridad.

–Imposible –digo yo.
–No jodas –añade Lassar Layam.

–Coño –apunta el Señor enano Kaos–. Pero entonces... ¿entonces qué huevos arrojaron sobre la lava del Monte del Destino…? 

lunes, 2 de noviembre de 2015

El Desafío de los 30 Días. Día 2.

En ese pueblo-ciudad, en el que de vez en cuando descansan grupos de aventureros, existen numerosos locales que les resultan interesantes, tanto a los habitantes como a los propios aventureros, aunque estos vayan de paso. ¿Qué local/edificio es el que está pasando por tu mente?


–Que viene uno. Agua. Agua.

El que acaba de hablar es Lassar Layam, ya sabéis, el tercero de mis compañeros de viajes. Lassar es humano, creemos. De raza, digo, porque en cuanto a su psicología lo tenemos clarín clarinete. O sea, que no, que un tipo que hace todo eso con las orejas y narices ajenas, y lo de despellejar orcos vivos, muy humano no puede ser. Aunque bien mirado, ¿quién de nosotros lo es?

Decía que el resto de nosotros creemos que es humano de raza porque si te paras a mirar resulta que tiene sus dos brazos y dos piernas, una cabeza, mide más o menos como yo y esas cosas. Pero, ah, cuidado, porque luego es verdad que tiene la piel negra a ratos, varias orejas y, claro, dudamos. Suyas, digo, las orejas, que no estoy pensando ahora en las ristras de orejas de otros paisanos que lleva colgadas en collares al cuello, sino en...

Joder, ¿qué más da, coño?

–No es uno, son dos –dice nuestro Archimago Bifurkehn–. Dejad que pasen de largo.Y tú, Stone, recita con la debida prestancia una sentida plegaria.
–¿Lo cualo? –pregunto.
–Que reces en voz alta. Estamos en un cementerio, ¿no? Hagamos como que hemos venido hasta este culo del mundo para hacer algo.
–Es que hemos venido a hacer algo –apunta el Señor Rikkaos (Kaos a secas), alzando la barbilla. Él siempre alza la barbilla al hablar. Cosas de enanos, supongo.
–Sí –dice el Archimago, asintiendo–. Pero no queremos que nos vean haciendo ese... algo.

Y supongo que tiene razón, así que me recompongo, escupo el tabaco de mascar, le paso al Señor Kaos (con disimulo) el pico que llevaba en la mano y hago en el aire un signo raro, así, improvisado, como hace la gente que cree en algún dios. Después me pongo a gritar chorradas.

–¡Descansa bien, amigo! Pronto nos encontraremos si… o sea, a ver, pronto lo que viene siendo pronto no. Cuando toque, que prisa no hay. Er… Tú nunca... er... ¡Nunca olvidaremos tus...! Tus...

Uno de los dos paseantes se detiene. Mira hacia el murete del cementerio, el lugar más importante de la aldeucha y en el que llevamos pensando sin cesar desde que llegáramos ayer; mira hacia los cipreses, hacia las caléndulas, hacia las tumbas. Yo sigo de reojo su deambular visual y, por un momento, siento cierta congoja.

Es un cementerio.


Un sitio ideal para una quedada rolera.
Eh, puedes gritar todo lo que quieras cuando te salga un 30 en el DCC, 
que los vecinos no se van a quejar.


O sea, estamos pisando por encima de un montón de hobbits muertos y secos como la mojama, ¿no? No sé, pensadlo, tiene su cosa, ¿no? Y luego está el imponente alcázar que corona la colina que se eleva en el centro, y los tres panteones de enmohecida piedra gris, y la gran sala donde estos tipos deben celebrar sus cosillas de hobbits. La tierra. Ah, la tierra. Húmeda y verde a causa de la terquedad de la jodida lluvia de estos lares, ésta es una tierra con poso, salpicada de granos de colores con forma de flores de las que esconden historias, risas, amores verdaderos y ardores no menos verdaderos. A lo lejos, bajo el cartel donde dice "Camposanto" hay una preciosa caja de donaciones confeccionada con evidente buena maña y vaciada hará cosa de media hora por Lassar Layam con no menos evidente buena maña. Éste es un lugar de reposo y de respetos, de paz y descanso. De recogimiento. De quiet…

–Ese enano de mierda me mira mal –digo.
–Un respeto –dice el Señor Kaos, haciéndose el ofendido–. Eso de ahí es un hobbit. A mi lado, un puto tapón de balsa. Y es normal que te mire mal, con la que liaste ayer noche en la posada.
–¡Fuss, bicho, fuss! –grita Lassar Layam hacia los hobbits agitando una mano. Los hobbits, que podrán ser bajos pero no tontos, se dan la vuelta y toman el camino hacia el pueblo a buen paso.
–Ya era hora –digo, tomando el pico de nuevo–. Con tanto lugareño rondando, aquí no hay quien saquee en paz, joder. ¿Qué tumba era la que...?
–Esa –dice Bifurkehn, señalando con desinterés una de tantas.
–Ok.

Y alzo el pico, una y otra vez, abriendo un hueco en la tierra donde poder introducir la palanca, despedazando una placa atornillada a la lápida donde decía algo como "Bolsón. Fui, vi, saqueé, y volví".

Un buen tipo ese Bolsón.

Uno de los nuestros. 

domingo, 1 de noviembre de 2015

El Desafío de los 30 Días. Día 1.

 ¿Qué partida, situación, momentazo, te hizo quedarte en plan “¡ostias!”, 
te descubrió el mundo, dijiste “¡Oh!”, flipaste con el giro argumental…



–Imaginaos…
–Ya va éste otra vez.
Contemplo al tipo. Es un medioelfo con cara de haber fumado demasiada hierba de esa baratunga, la de la cuaderna nordeste de la comarca. Carraspeo, suspiro. Arrojo un esputo sobre el suelo de tierra cubierto por serrines aglomerados.
–No, si acabaré por estamparte la jodida… –digo señalando al tipo con el índice mientras hago ademán de levantarme. Pero mi compañero Bifurkehn, el archimago, alza la mano y la posa sobre mis hombros.
–Déjalo –dice, mirando al medioelfo, sin resquemor, sin odio, casi con suficiencia–. Total, va a morir en dos días a causa de una infección bacteriológica.
–¿Una barteroqué…? –dice el medioelfo, súbitamente interesado.
–Oye –murmura solícito el Señor Rikkaos, un enano guerrero con el ánimo siempre encendido y que es el segundo de mis tres colegas de desventuras–, que yo, si queréis, puedo reventarle la azotea al medioelfo en un pispás.
–¿Una bartequero… bartelerelo… qué? 
–Nada –ataja el Archimago Bifurkehn agitando levemente los dedos casi al azar y desperdiciando en el medioelfo su “Consunción con Temporizador Programado” del día. Nadie más en la taberna parece apercibirse del gesto; pero claro, nadie más en la taberna conoce a Bifurkehn como nosotros tres lo conozcemos. Después alza las manos en un gesto teatral–. Prosigue. Hemos venido a este pueblo con un objetivo, y no tenemos toda la noche.
–¿Entonces no le arreo? –insiste el Señor Rikkaos. A menudo le llamamos Señor Kaos a secas. Motivos hay, pero casi que los cuento otro día.
–¿Que no te ha dicho que no? –susurra otra voz desde las sombras. Es el último compañero de la partida, un asesino psicópata llamado Lassar Layam, quien en este momento parece escondido tras una columna mientras fuma como el carretero que es–. Al tontuno éste de las orejas semilargas le quedan dos semidías. Le ha lanzado el yasabesqué...
–Ah –dice el enano, retrepándose en la silla–. Me callo pues.
–Eso, callad de una vez y aire. –El Archimago nos lanza una mirada poco amistosa a los tres–. Aireeee.
–Sí, aire –murmuro– ¿Qué iba yo dic…? Ah, sí. Imaginaos. Me quedé como, o sea, ¡ostias!
–¿Ostias?
–Sí, flipando me quedé. ¡Imaginaos…!
–Es la tercera vez que dice lo de imaginaos.
–Estaba yo y estos...
–Estos y yo –corrige Bifurkehn.
–Como sea –digo, impaciente-. El caso es que estábamos por el norte. Muy muy muy al norte, donde los vikingos y los dragones, ya sabéis.
–Donde los vikingos no hay dragones –dice Lassar Layam–. No hay casi ni vikingos, joder, del frío que hace allí.
–Estoy contextualizando. Sigo. Estábamos por el norte de partida de caza cuando, a lo lejos, o sea, ¿os acordáis? Una figura recortada en la niebla.

¿Un cuervo, un avión, un...?
Espera, que se acerca y verás qué risa.

Los lugareños parecen interesados, Un par de viajeros tuercen el gesto arrimando la oreja. Diría que hasta el tabernero ha dejado un segundo de rebajar botellas de vino con esa mierda roja atroz que saca de un baúl oculto bajo la barra.
–La figura se acerca –digo, bajando el tono de voz–. De repente, en medio de aquella estepa helada el Señor enano Rikkaos levanta la mano y dice, "eh, si es una abuela". Una vieja, señores: talmente como si una voz divina nos hubiera susurrado "se os acerca una vieja. ¿Qué hacéis?". Coño, ¿qué vamos a hacer? Nada. Somos cuatro guerreros especializados, joder. Nos hemos enfrentado con éxito a fuerzas que nos triplicaban en número. Uno de nosotros hasta es capaz de levitar, o de cositas guais como lanzar rayos o, no sé, convertir las plumas de ganso en monedas de cambio… ¿qué más nos da si viene una jodida vieja, dos, o diez?
–¿Y qué tiene eso de "ostras", qué tiene de "qué flipante"? –dice el medioelfo, con evidentes ganas de llevarse una doblada en todo lo alto.
–De Ostras no, de "ostias" –digo–. Porque la vieja se acerca, se acerca. Se acerca. Se acerca. Y cuando ya casi podemos verle la cara, la voz esa omnipotente nos susurra "Es una vieja, en efecto. Pero una vieja troll".
–Joputa.
–Y tanto –corroboro–. La vieja era vieja, seguro que tenía hasta nietos, pero también era un troll que abultaba como dos metros de largo por otros dos de ancho. Nos quedamos todos ojipláticos. ¿Una vieja Troll? ¿Una jodida abuela de dos putos metros y medio de…?
–¿Y qué pasó? –pregunta el tabernero desde la barra, ya sin tratar de aparentar que está haciendo algo en lugar de escuchar.
–¿Qué va a pasar?, que nos retiramos a todo correr mientras la jodida vieja troll nos daba la del pulpo, ris-ras, ris-ras. Qué leches daba la hijaputa. Y de verdad os digo que los dioses son un poco cabrones.
–¿Por qué cabrones?
–Porque mientras me retiraba como si hubiera un balrog detrás de mi culo volví a escuchar aquella voz en mi interior. Y la voz divina se reía, mientras gritaba algo como "Juas, se me olvidó mencionar el detallito de su raza…".
–Pues no le veo la gracia –dice de repente el medioelfo, como despreciando el asunto como quien no quiere la cosa–. Vaya mierda de historia.

Y amigo, con el jodido día que he pasado eso es ya demasiado, pienso mientras me levanto, extraigo una jarra de hierro de mi jergón plegado que utilizo como transportín durante los días, y me dirijo al encuentro del medioelfo. 



O, al menos, a acompañar a la barra en su camino hasta la cara y los dientes del puñetero medioelfo.