domingo, 10 de noviembre de 2013

La historia que siempre recuerdas con tus amigos

     

     Hoy voy a utilizar mis superpoderes para publicar mi respuesta diaria al desafío de Trasgotauro… mientras sobrevuelo Europa camino a los Emiratos Árabes. Y así va a suceder en los próximos días, puesto que mis múltiples obligaciones laborales allí, donde las cruzadas, me complican mucho la cosa de postear cosas lúdicas a tiempo real. Pero no pasa nada, entes diversos: incluso si el avión se cae a medio vuelo (esperemos que Lord Arioch no tenga tanta mala leche. Total, apenas me he metido con él. Últimamente) yo seguiré publicando desde el más allá, siempre al pie del cañón, manteniendo la…
     (–Oh, Amo. Vuestras sobrenaturales capacidades me ponen taaan ca…)
     Er… En fin. A lo nuestro.
     (–Puri, te tengo dicho que no me interrumpas mientras me dirijo a la concurrencia virtual. Que no se repita)

-----

     EL DESAFÍO DE LOS 30 DÍAS.
     Día 10: La historia que siempre recuerdas con tus amigos

     Hay tantas… Por ejemplo, jugando a StarWars d6 un grupo llegó a un hotel de espaciopuerto en un planeta perdido y el dueño les dijo, al entregarles las llaves, “tengan cuidado con los mosquitos”. Los pjs no hicieron mayor caso, y al día siguiente descubrieron que los habían desvalijado: los “Mosquitos” eran algo más grandes y mucho más criminales de lo esperado.
     O aquella historia durante una sesión de “La Llamada”, cuando un sacerdote borracho decidió bendecir una botella de bourbon para usarla contra unos vampiros, y se la derramó entera encima. Fue gracioso verlo brillar como un gusiluz cuando un policía detuvo el coche de los pjs y comenzó a decir, “aquí huele a alcohol. Muéstrenme los papeles del vehículo”. Todo ello mientras los colmillos del mentado policía iban creciendo.
     Muchas.
     Hubo una vez que en el lejano oeste una bala rodeó una roca para alcanzar a un pj. Y otra en que un pj que llevaba a un guerrero de lo más patán a quien nadie hacía el menor caso dada su patanidad resolvió la partida lanzando un “separación del Alma” al minotauro que pretendía desayunarse al grupo entero. Parece una acción más dentro de una partida normal, ¿verdad? Pues una década después aún nos reímos al recordarlo.
     Pero hay una anécdota que para mí es la más grande. La madre de todas las anécdotas. La anecdotaza. Ya la mencioné de pasada el día 7, así que puedo ahorrarme los preámbulos y pasar a relatar la famosa pifia conocida como:
     
     “¡LANZAMIENTO DE PESO!”

     Hay días en que un Enano no debería levantarse de la cama.
     ¿Recuerdan esa secuencia de la trilogía fílmica del Señor de los Anillos cuando durante el asedio del Abismo de Helm alguien lanza a Gimli como si fuera un fardo contra un grupo de Uruks? Pues eso ya lo habíamos inventado nosotros años antes.
     Con funestos resultados.
     Pasaré sobre los antecedentes con la mayor celeridad posible. Un enano prisionero, su grupo lo rescata, el enano apenas puede moverse, llegan hasta una especie de zanja-trampa cuyo fondo está repleto de estacas, el enano no puede saltar.
     Ahora viene lo bueno. Uno de los personajes dice, “yo lo lanzo al otro lado”. Todos nos asustamos, porque ese jugador es Vicente. Y Vicente atrae las pifias.

No, por dios, no. Por lo que más queráis...
¡No dejéis que Vicente me ponga las manos encima...!


     –Oye, ¿y por qué no buscamos unas tablas o algo e improvisamos un puente? –digo yo.
     –Que no, que yo lo lanzo.
     –Mira, Vicente –dice el jugador que pilota al enano–, como le pase algo a Bofug, hijo de Bofur, hacha de Moria, yo te capo. Te capo a ti, no a tu personaje. Corrijo, te capo a ti y a tu personaje.
     –Na. Yo lo lanzo. Trae al enano.
     –No, por dios. Que alguien lo detenga…

     Vicente tomó al magullado enano y lo lanzó con toda su fuerza hacia el otro lado de la zanja. Pero como hemos repetido cienes y cienes de veces Vicente atrae a la pifias, y claro, la cosa acabó como tenía que acabar: con el Enano cayendo hasta el fondo y muriendo atravesado por las afiladas estacas.
     Para ese entonces Raúl había enrojecido. No como quien muestra vergüenza, o timidez, no: Raúl estaba rojo. Rojo tomate. Rojo ketchup. Deduje que debía estar cabreado porque, además del inusual color de piel, en lugar de hablar, temblaba (eh, siempre he sido un hacha deduciendo cosas). La mano se cerró en un puño, los nudillos se tornaron blancos.
     A todo esto, con Vicente parecía que no iba la cosa. Le dio una risa, algo habitual en él, y se dispuso a dejar el cadáver detrás de un salto (era irrecuperable, en todo caso). Así que tomó carrerilla, y…

     Ras.
     Pifia.
     Al hoyo. 

     Encima del Enano, por cierto, quien sufrió la ignominia de ser aplastado por el cadáver del iluminado que lo había enviado al infierno. Épico.

1 comentario:

  1. Recuerdo que Raúl me pidió que su personaje recobrase la consciencia justo el tiempo necesario para despedirse de Vicente con aquel "Hijo de ....".

    ResponderEliminar