miércoles, 6 de noviembre de 2013

Tu mejor Crítico en una partida de Rol


     EL DESAFÍO DE LOS 30 DÍAS.

     Día 6. Tu mejor crítico durante una partida de Rol.

     No he sido nunca un jugador con mucha suerte a la hora de lanzar los dados. No me quejo, ojo: no he tenido mucha buena suerte con ellos, eso es cierto, pero tampoco mucha mala suerte. Acostumbro a esquivar las pifias, o a sacarlas en asuntos de menor importancia (qué sé yo, una tirada de percepción que el resto del grupo sí supera), y mis críticos tampoco suelen resultar determinantes en el devenir de la aventura.


-¡En verdad os digo que son gigantes!
-Y yo en verdad te digo que si vuelves a jugar fumao, me piro.


     Pero con tanta historia a la espalda es inevitable que alguna buena anécdota sí lleve ahí detrás, en la mochila; y quizá sea particularmente curioso, o entrañable, que mi más grande crítico ocurriera durante mi primera sesión de rol con mi futura primera mesa de juego. La cosa fue más o menos tal que así:
Mi personaje del momento, pregenerado por el master (Don “mis amigos me llaman Güiso”) era un Rohirrim guerrero llamado Anacrom “el Espadero”. Lo del espadero tenía su por qué, no os penséis, y es que el tipo llevaba dos espadas a la espalda y otras dos en la cintura. Vaya, que usarlas usarlas, pues no; pero en un momento dado te montaba un tenderete y te abría un negocio improvisado si la cosa de vagabundear por la Tierra Media se torcía y los orcos escaseaban. 



“A viiiiiinte leuros la espada ancha y trinticiiiiiiinco la bastarda, señora. 
¡Estoy que me las quitan!”


     El tipo, junto a sus recién conocidos compañeros (ah, cándida juventud, cuando cualquier excusa chorra valía para montar un grupo de exploradores… Tenemos que hablar de esto algún día) estaba investigando unos asesinatos en una granja cuando fueron atacados por unos bandidos bien apostados con armas de proyectiles en lugares privilegiados, o sea, subidos a los árboles y a otros lugares dotados de lo que hoy conocemos como “ventaja táctica” pero que en aquel entonces denominábamos “sitios altos”. 

     La peña se puso a intercambiar flechas y esas cosas que hacen los aguerridos aventureros cuando hay lío; pero el bueno de Anacrom no podía hacer mucho más que ocultarse tras una construcción y rezar por que no le diesen a él o a su Meara, porque aunque sí tenía alguna ligera idea de cómo disparar un arco, con tanta espada a cuestas no le quedaba espacio físico como para transportar uno consigo. Y vale, aquello de mirar era divertido; pero era mi primera sesión, y yo quería participar de la fiesta.

     Así que en una valerosa (inconsciente) muestra de coraje (idiotez) y perspicacia (bobería), Anacrom el Espadero salió de su cobertura y tomó una roca bien hermosa, sopesándola.

     –¿A qué distancia estoy del tipo más cercano?
     –No sé, unos veinte metros.
     –Perfecto. Pues le suelto un piedro en la azotea.
     –Sí, hombre –dice uno de los jugadores.
     –A ver. –Güiso, el Master, se arrebuja en el cojín de su silla–. Ese bandido está demasiado lejos, fuera de alcance. La piedra pesa mucho, y…
     –¡Pedrazo! ¡Le lanzo la piedra! ¡Anacrom va a mandarte al infierno, amigo!
     –Er… Bueno, vale, tú mismo. Tira a ver qué sacas.
     –Ok –dije tomando los dados–. ¿Qué tengo que sacar con esto, mucho o poco?
     –Va a dar igual –respondió Luis–. Pero bueno, tienes que sacar mucho. Tienes que sacar muchísimo. En realidad, tienes que sacar un disparate.
     –¡Venga!

     Y los dados rodaron y rodaron, y se pararon en un hermoso “00”. El primero de mi vida.

     –Hostias, qué potra –dijo David, uno de los otros chicos a quien apenas conocía aún.
     –¡Cien! ¡Le arreo!
     –No tan rápido. Tienes que tirar otra vez y sumar el resultado al cien. Y sigues necesitando sacar mucho.

     Dados volando, y…

     –¡Otro “00”!
     –No me lo puedo creer… –murmuró alguien.
     –¿Vuelvo a tirar?
     –Vuelve.

     La tercera tirada no la recuerdo. Debió ser algo poco notable pero alto, algo por encima de setenta, supongo. El caso es que hice el máximo daño posible, y además podía tirar de nuevo en la tabla de críticos.

     –¿Y aquí qué tengo que sacar? –pregunté.
     –Cuanto más mejor, pero vaya, que daño ya le has hecho.
     –Ok. Pues tiro y… ¡”00”! ¡Tomapiedroenlabocaputobandidoooooo…!

     Todos miramos los dos dados de diez, parados en aquel imposible tercer “00” casi consecutivo. En cambio el pobre bandido no miraba ningún dado, sino la piedra que volaba hacia él a unos doscientos kilómetros por hora y que impactó en su frente, justo por debajo del casco, destrozándole el cráneo y haciéndole caer del árbol para, no sé, desnucarse contra alguna roca aristada que casualmente lo aguardaba allí con avidez. Murió en el acto.


Piedra del delito. Calibre .23

     
     Jamás volví a repetir algo así. Y hablo de más de veinte años de historia.

     Por cierto, Anacrom el Espadero murió aquel mismo día a resultas de sacar una pifia en una sala llena de trampas. A resultas de la pifia y de su extrema valentía (estupidez). Requiescat in pace. 

Otro día si eso lo cuento.

2 comentarios:

  1. X-D

    Esas tiradas abiertas! Jajajajajajaja.

    Un amigo dice que los dados son sabios. Que siempre sacan lo que sacan por alguna razón. Cuando leo cosas así, pienso que quizá tiene razón :-D

    ResponderEliminar
  2. Sabios no sé. Pero se gastan una mala leche...
    Yo creo, más bien, que son como los Señores del Caos de las novelas de Moorcock: caprichosos, dotados de un incomprensible sentido del humor y, sobre todo, extremadamente crueles. Para muestra, mi entrada de mañana.
    Aunque, bueh, al final puede que sólo sean dados...

    ResponderEliminar