jueves, 7 de noviembre de 2013

Tu mayor pifia en una partida de Rol

     EL DESAFÍO DE LOS 30 DÍAS

     Día 7. Tu mayor pifia en una partida de Rol


     ¿La mía? Poco reseñable. ¿Habéis leído la entrada anterior, en la que os presentaba a Anacrom el Espadero? Pues el ficha se encontró con una sala repleta de trampas donde uno debía moverse con sumo cuidado… y entró corriendo con la misma discreción que Espinete en una tienda de globos. El suelo se abrió a sus pies y desapareció para siempre de la faz de la Tierra Media. Punto. Fin.


     Así que ahora que ya hemos cumplido con la letra del reto, vamos a entrar en el espíritu del asunto. O sea, la pifia buena, buena, la que te deja de piedra. Lo que buscaban los de Trasgotauro. La cosa comienza tal que así:

     En mi mesa hay dos amigos que se llaman Vicente. 

     A uno de ellos lo apodamos “El Montañés”. “El Montañés” mide unos cuatro metros de alto y tres de ancho, y con un leve parpadeo mueve el aire a tal velocidad que acostumbra a provocar huracanes. A su lado, The Gobernator de cuando hacía el Conan por ahí era estrecho de hombros.

     Así que, como soy un tío inteligente, no voy a meterme con él.


Chuck sólo tiene miedo a dos cosas:
su propio reflejo
y el Montañés.

     El otro Vicente es más delgado, y lo conocemos, entre otros motes, como “El Asimilador”. Posee el poder de los Borg de asimilar a otros jugadores convirtiéndolos en clones suyos. Varios jugadores temporales de nuestra mesa sencillamente desaparecieron tras entrar en contacto con nuestro Vicente.

     Pero además tiene otro poder.

     Atrae las pifias.

     Las atrae mucho.

     Así que en lugar de perder el tiempo contándoos algo acerca de una insustancial pifia propia, creo que voy a pasar a relataros una de las suyas, una de las más épicas. O al menos, una de las que con más cariño yo recuerdo. La llamaré…

     ¡LA ENFERMEDAD!

     Vamos con Vicente.

     Estábamos paseando por uno de esos mundos RuneQuesteros y llegamos a una zona pantanosa de infausto recuerdo. Infausto porque parecía estar situada en uno de esos vórtices del mal, un triángulo de las Bermudas donde salen pifias para cualquier cosa. ¿Que quieres ir a defecar por ahí? Pifia, estreñimiento dos semanas. ¿Que quieres cazar para que el grupo coma? Pifia, te ataca un caimán gigante de los pantanos. Sin ir más lejos, a mí se me cayó el casco y se hundió para siempre en aquel jodido barrizal: poco después un malvado bicho me atacó acertándome en toda la azotea tras tirar en la pertinente tabla de localizaciones (de la cual ya hablaremos otro día).

     En fin, que estábamos pasándolas canutas en el jodido pantano.

     En estas que el PJ de Vicente hizo uno de esas tiradas de constitución a las cuales te somete todo master cabrón cuando se aburre; el de aquel entonces, Raúl, un crack, no es que se aburriera mucho pero sí tenía un don para percibir cuándo algo iba a salir mal. Olfato, sexto sentido… qué sé yo. El caso es que nuestro querido compañero tiró y… Pifia. Nada raro en aquel pútrido lugar. 

     –No te preocupes –dijo Raúl–. Sólo has pillado alguna enfermedad chunga.
     –Pues qué bien.
     –Ahora haz otra tirada para ver cuánta constitución pierdes y cuándo tienes que volver a tirar. Cuanto menos saques, mejor.
     –99.
     –Hostias.
     –¿Cómo que “hostias”?
     –Nada, queeee… bueno, que pierdes más constitución de la esperada. Mucha más. Y la cosa se acelera. Pero tira otra vez, a ver si la controlas y…
     –100.
     –Hostias.
     –¿Otra vez “hostias”? ¿Y ahora que pasa?
     –Ahora pasa que como no saques una buena tirada la cosa puede acabar muy mal.
     –¿Cómo de mal? –preguntó Vicente.
     –Del todo mal.

     A esas alturas ya estábamos todos de pie y combados sobre la mesa para ver su tirada. No podía ser. Aquello no podía estar ocurriendo.

     –Venga tira. Con que no saques otra pifia ya me vale.
     –Ok. Ahí vaaaaaa… 100. Cagonlaputa.
     –¿Otro? ¿Cómo puedes sacar tres cienes seguidos?
     –El primero ha sido un 99.
     –Te estás muriendo muy rápido. Tira una última vez, porque la enfermedad está haciéndose con todo tu sistema nervioso y si fallas, no sé, puedes morir en segundos. ¡Cambia de dados, coño!
     –Nada: los soplo un poco y listo.
     –Vicente –dijo alguna mente cabal del grupo–, tío, cada vez que soplas un dado lo gafas. No lo hag…
     –¡¡Fuuuuuuuuu…!! Listo. Y ahora tiro y saco uuuuun… Mierda.
     –Mierda –dijo Raúl.
     –Mierda –dijo el cabal.
     –Mierda –dije yo.
     –Un 99 –sintetizó Vicente.

     Digamos que se licuó. Es la peor racha consecutiva que he visto jamás, y con mucha diferencia. Aquella forma de virus debía ser una imposible mutación resultante de la mezcla de la gripe aviar, el ébola, el constipado, el sarampión, la varicela, las paperas, la peste negra, la peste roja, la peste amarilla, la sífilis y la alergia al polen. 


Este nazi de lo de Indiana tardó mucho más en morir que nuestro Vicente.


     Afortunadamente la enfermedad no era contagiosa: de haberlo sido, Gloranta hubiera sido devastada en unos 40 segundos.

    Y otro día, ya que estamos, os cuento la segunda de sus pifias más épicas. Por título...

     
“¡LANZAMIENTO DE PESO!”

Soon, que dicen los british.


2 comentarios:

  1. Sí esa fue una pifia memorable pero casi que ya cuenta por una de esas historias que siempre contamos en el grupo ¿no?

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  2. Pues sí.
    Pero como dudo que haya por ahí una historia de pifia más burra, y en el fondo se trata de que cada cual de a conocer sus mejores recuerdos relacionados con el rol, no he podido evitarlo.

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